DISCIPLINA Y COMUNICACIÓN


Como ya sabemos, la institución familiar sea del tipo que sea, es el seno donde el niño/a nace y  crece, formándose a partir de la educación que en ella recibe, ya sea de forma directa o por observación. Y es precisamente aquí donde nos vamos a encontrar un gran número de problemas. Ser padres no es nada fácil, pero tampoco debe tornarse algo imposible o tedioso, hasta el punto de la incomprensión y el abandono de los hijos.

 Los padres deben entender, que además de ser una pareja son también padres, y que reside una gran diferencia entre ser padre o madre para sus hijos o ser un progenitor. De igual modo, deben comprender que además  son personas con necesidades, y sus hijos personas igualmente, que necesitan espacio y oportunidades para acertar o equivocarse -con supervisión, por supuesto, pero también con independencia.  A menudo la nueva concepción de una educación más autónoma e independiente para los hijos (modelos nórdicos de autogestión) es confundida o superada por la idea de que los hijos deben andar solos a una edad demasiado temprana. Pero los padres siempre deben estar presentes, alejados pero cerca, ya que los problemas que puedan encontrar en su día a día, al menos muchos de ellos, no estarán vinculados al seno familiar y van a escapar de las competencias de los padres: accidentes de tráfico, fiestas, alcohol, sexo, etc.

A menudo el laxismo de algunos padres se debe a no querer imitar la educación pasada, basada principalmente en la disciplina. La idea de que la disciplina es retrógrada, que nos recuerde a educaciones anteriores basadas en abusos y autoritarismos, es una realidad. Sin embargo, debemos  tener una mirada crítica; es cierto que, en general, la educación que recibieron nuestros padres o abuelos era abusiva y estricta, coartando las libertades y los pensamientos. Pero una disciplina medida, ajustada, hablada y sobretodo, razonada, es necesaria para la formación de la personalidad, para una correcta convivencia dentro de la familia, para respetar, entender, etc. Por tanto, y como siempre hacemos referencia, debemos encontrar la justa medida; la disciplina es una herramienta más, igualmente necesaria dentro de la familia.

Además de la disciplina, no puede faltar la comunicación entre padres e hijos. No aquella comunicación basada en preguntas triviales en las comidas, que son contestadas de forma monosilábica sin la más mínima profundidad ¿Qué tal en el instituto? Bien; ¿Quién es ese chico? Un amigo; ¿Te encuentras bien? Si. Y es que la familia hoy en día, debe ser consciente de que la comunicación, real y verdadera con sus hijos, es una parte más de una relación sana entre padre/madre e hijos. De tal modo, tienen que estar al día de la realidad que viven sus hijos, qué les gusta, por dónde se mueven, qué relación tienen con el sexo, qué redes sociales utilizan, etc. Si conseguimos una buena comunicación, es decir, ser capaces en un momento dado de hablar de cualquier cosa con nuestros hijos, incluidos aquellos temas que siempre han escapado a las competencias de los padres: sexo, drogas o alcohol, por ejemplo. Se conseguirá solventar más satisfactoriamente los momentos de crisis y dificultad por los que pasará el adolescente. Los padres no se alarmaran en exceso de lo pueda ocurrir, porque conocerán a sus hijos y el contexto que les rodea, lo que les suministra de más herramientas para enfrentar el problema; por otra parte, el hijo no estará sometido al estrés de ocultar información y de dar una imagen perfecta o imperfecta dentro del hogar.

Como conclusión solo podemos reafirmar una y otra vez, que debemos ajustar todas las herramientas de las que disponemos, como la disciplina o la comunicación. Aunque ambas, por tradición histórica, puedan parecer contrapuestas, son el equilibrio familiar perfecto tanto para los padres, como para los hijos o entre ellos.


Comentarios